Tengo 24 años, recién egresada y aún no sé qué pedo con la vida adulta. Cuando he platicado con mis amigos coincidimos en que la educación tradicional ha dejado algunos estragos en nuestra creatividad; te explico.

Por lo regular, todos los días eran así: asistíamos a clase de dos horas, hacíamos tareas, ensayos, cumplíamos con una programación académica, y el ciclo se repetía una y otra vez.

 

A medida que cada cuatri pasaba, nos sentíamos frustrados, porque en ocasiones los contenidos de las materias realmente estaban desactualizados o de plano nos aburrían. Por otro lado, sentíamos que la universidad no nos preparaba en áreas que considerábamos importantes para nuestro desarrollo.

Se ha criticado mucho a nuestra generación porque “nos quejamos mucho” y porque piensan que somos flojos o apáticos. Pero lo cierto es que muchos de nosotros nos encontramos desmotivados y me parece que no es del todo nuestra culpa.

El sistema escolar universitario nos roba la creatividad. Se nos enseña a cumplir con rúbricas, con tareas mecánicas y se nos invita muy poco a salir de las aulas para conectar lo que sabemos con la comunidad; tampoco se fomenta la aplicación práctica del conocimiento adquirido.

 

Me parece que el problema no es estudiar en una universidad, sino en mantener esta metodología arcaica, pues frena en seco el desarrollo creativo de los estudiantes. Por consecuencia, vemos —o nos han hecho ver— a la universidad como el fin y no como el medio para obtenerlo.

Let’s get creative

No es justo echarle toda la culpa a la universidad, porque también nosotros somos parte del sistema. La educación tradicional debe transformarse, porque la tecnología ya nos está rebasando. Creo que los estudiantes debemos encontrar soluciones alternativas. Ahora es mucho más fácil armar tu formación académica a modo para coordinarla con el deporte, las artes, la investigación científica y las humanidades, logrando fusionarla con nuestros intereses.

Hay que reconocer todo aquello que nos interesa y que afecta nuestro entorno. Esto despierta inmediatamente nuestra creatividad; nos hace cuestionarnos más las cosas; nos involucra y, por lo tanto, actuamos en consecuencia.

Despertar tu creatividad no sólo te vuelve más artístico o más culto. Al hacerlo, eres capaz de resolver problemas con mayor facilidad, te convierte en agente de cambio. La creatividad no sólo afecta una parte de tu vida; se relaciona con todo lo que haces; lo más cotidiano se torna increíble.

 

Así se empieza. Poco a poco transformas tu aprendizaje, tus objetivos de vida y tu participación, para ser parte del cambio (aunque suene a cliché). Sal de tu zona de confort y empieza a cuestionar lo que estás haciendo en la universidad. Todos podemos ser creativos, pero hace falta movernos un poco, ¿no crees?

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